En los tiempos que corren, quien más y quien menos ha oído y comentado algo al respecto de la pesca de este pez tan deportivo como autóctono; por eso y porque me considero aprendiz de otros que son verdaderos maestros, no trataré de enseñar nada a nadie, sino compartir alguna de mis experiencias acerca de una pesca muy particular: la del barbo mosca.

En primer lugar quisiera dejar claro que cuando pienso en pescar barbos con mosca artificial no elijo cualquier curso fluvial en el que sé que puedo encontrar a este pez, sino que elijo aquellos en los que el barbo es la especie dominante. Así y también por cercanía, mis salidas tras este pez suelen realizarse a lo largo de la parte baja del río Aragón y el tramo navarro del río Ebro, donde se pueden encontrar grandes cantidades de barbos afanados en escudriñar las zonas más someras en busca de los macro-invertebrados y demás organismos que le sirven de alimento.
Por supuesto, hay que tener muy en cuenta la época del año en que se busca este pez, ya que de ello dependerá su localización y la actividad que muestre, lo cual resulta determinante para elegir la técnica a utilizar. Sin entrar en particularidades, la temporada del barbo muestra etapas bien diferenciadas que coinciden con las estaciones anuales:
1.- Invierno. Casi nula actividad y muy difícil accesibilidad (zonas profundas).
2.- Primavera. Incremento progresivo de su actividad (y fuerza física) y acercamiento a zonas más someras que lo hacen fácilmente accesible hasta que en Mayo-Junio se entregan a sus labores reproductivas y se vuelven un tanto “raritos”.
3.- Verano. Actividad que llega a resultar incluso frenética en determinados momentos (al alba y el ocaso principalmente).
4.- Otoño. Reducción paulatina de las horas de actividad hasta entrar en el reposo propio del invierno.
Recuerdo especialmente cómo el primero de estos peces se prendió en una de mis moscas. Eran mis primeros pasos como mosquero y los daba en solitario gracias a que la pesca con mosca y sedal pesado no estaba demasiado popularizada (y menos fuera de las zonas salmonícolas).
Al cabo de unas cuantas salidas tras los basses a unas pequeñas balsas de inundación localizadas a orillas del río Aragón, por fin me decidí a intentarlo con mi caña de mosca aprovechando que la madrugada me permitiría realizar mis intentos sin público.
Como cabía esperar, los logros de un novato hicieron pronto mella en sus ánimos, y a eso de las nueve de la mañana más o menos detuve el coche en mi camino de vuelta a casa para echar un vistazo al río después de su caída de la presa, donde para mi sorpresa pude observar un nutrido grupete de barbos hozando en la zona más somera de la orilla. La competencia del grupo por el alimento los tenía tan nerviosos que montaban tal zarabanda que era imposible que pasasen desapercibidos para nadie.
Volví al coche a trompicones y apretando los dientes como si eso fuese a disimular los traspiés ante mis adversarios. Monté mi única caña de mosca (una Daiwa gorda como un palo de escoba aunque para líneas 5-7) y até a mi cola de rata de número desconocido una especie de oruga que copié de alguna revista con intención de engañar algún bass incauto. Medio agachado, medio arrastrando, me acerqué a tiro de lance de novato y una vez allí mandé mi mosca al bando con la menor precisión de que fui capaz y... ...uno de aquellos barbos (no el más grande, por desgracia) se lanzó a por ella como si le fuese la vida en ello. La consecuente clavada vino seguida de una carrera que me dejó boquiabierto.

Ningún mosquero que se precie debería privarse de su primer barbo.
Damián y el suyo.
Si la memoria no me falla, aquella mañana no conseguí hacerme con ningún barbo más, pero desde entonces soy devoto de la pesca de este pez casi exclusivo de nuestra península y disfruto de sus caprichos muchas veces y de sus carreras algunas menos...
...espero que por muchos años.
Willy